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martes, 17 de enero de 2012

LAS 3 MARIAS

LAS TRES MARÍAS Amaba los cuchillos, desde pequeño, desde antes que le permitieran usarlos ya el brillo de la hoja metálica lo dejaba fascinado. Desde la primera vez, a los seis años, que le había sido permitido tener uno entre sus manos, sentía como las pulsaciones se le aceleraban cada vez que tenía contacto con uno. Nunca entendió el porqué de aquel suceso, ni tampoco intentó explicárselo, simplemente se limitaba a disfrutar del prodigio. Cada vez que algo lo desestabilizaba, corría a la cocina a tomar alguno de sus aliados, y mientra iba recorriendo, su hoja, su filo, iba sintiendo como su alma volvía a su sitio. Llegó a tener varios por diversos lugares de su habitación, incluso uno en la mochila del colegio. Se convirtieron pronto en sus amigos preferidos, le causaban placer, calma, excitación, adoración. Aprendió a hacer malabares con ellos, claro jamás pensó terminar en un circo, simplemente era una forma de familiarizarse con ellos, de estrechar la amistad con el juego, de sentir que ambos compartían el más preciado de los secretos. Aparte de los cuchillos era un muchacho que miraba a todo el mundo con desconfianza, más si eran sus pares, se aislaba, no tenía amigos. Era buen estudiante, brillante para los números, pero muy tímido para la oralidad, tanto así que si sus docentes lo increpaban para que hablase, tartamudeaba. Los demás tampoco se acercaban , le temían, lo consideraban un “bicho raro”…alguno alguna vez quiso arrimársele por conveniencia, ya que era una calculadora humana, pero le fue lanzada una mirada tan filosa, que de inmediato se apartó, intentando que la tierra lo tragase. Pasaba horas en su cuarto con sus cuchillos, los padres habían decidido no mirarle, actuar como si nada ocurriera, ya no lo llamaban para comer, porque sabían que no vendría, se limitaban a mandar a la criada a que le llevase la comida, la que bajaba casi intacta cuando el chico estaba en el colegio. Cuando llegó la hora en que todos sus compañeros empezaron a sentirse atontados ante la presencia del otro sexo, él también comenzó a sentirse atraído por las muchachas, no se acercaba a ellas, pero le excitaba mirarlas, contemplar sus curvas, sus senos turgentes, los labios pulposos e humedecidos. Empezó a masturbarse de forma frenética, su creatividad era mucha, por ende las escenas que imaginaba mientras lo hacía, eran de una singular riqueza. Se había transformado en un adolescente de sorprendente belleza, quitando su punzante mirada, cualquiera hubiera dicho que sólo le faltaban la alas para ser un ángel. María no dejaba de mirarle, obviamente atrapada por el halo de misterio que le envolvía, más aquella peculiar y fascinante hermosura. Un día se atrevió a acercársele, se sentó junto a él, a cierta distancia en la mesa del colegio donde siempre él comía solo. Él la miró, pero no con la mirada cortante de costumbre, sino con algo muy parecido a la ternura, lo que le provocó un escalofrío, ya que era un sentimiento totalmente nuevo. La chica ante la respuesta se acercó más. Desde aquel momento se volvieron una pareja intensa, la única persona con la que Alberto hablaba, además de hacerle el amor, todo el tiempo y a todas horas. Comenzó a vigilarla, a leer sus cosas cuando ella iba al baño, o estaba en clase, a decirle cómo vestir, a darle órdenes, a todo la chica respondía con absoluta obediencia, cegada por el amor, y sintiéndose protegida y amada. Su obsesión por ella crecía, cuando los celos llegaban a ser realmente insoportables intentaba alejar los malos pensamientos haciendo cálculos, ,resolver operaciones mentalmente, una tras otra, una más compleja que la otra. Un día cuando María estaba contándole emocionada sus últimos descubrimientos en el análisis de un texto, se sintió poseído por una fuerza jamás sentida, y antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar, Alberto se encontró a sí mismo temblando, contemplando el mágico resplandor del cuchillo, que fulguraba en su mano, esta vez aún más hermoso de lo que lo había logrado ver jamás, porque en esta ocasión, el brillo de la sangre le otorgaba una singular belleza.

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