viernes, 9 de marzo de 2012
Cartas para Amira
Tomo la pluma en esta fría noche
del rudo, cruel y lacerante invierno
no por hacer de su jaez reproche,
mas porque amor gallardo, dulce y tierno
ha espaciado sus pródigas semillas
en de mi alma lo prístino e interno.
De cuantas en el mundo maravillas
nos granjean y ofrecen los sentidos,
es contemplar las luces con que brillas
como si sol de rayos distinguidos
o cometa de cola fulgurante,
monarca de los astros más floridos,
fueras acaso, Amira apasionante,
la que con poderío se señala
igual que entre las piedras el diamante.
Vinieron en mañana en que de gala
la yerba de los campos se vestía
y el arco iris colorida escala
por las salas del aire difundía
a fundirse tus sendos ojos garzos,
nítidos cuanto limpio el mediodía
y bellos cuanto impávidos los cuarzos,
con los míos, carentes de ilusiones,
a la sombra gentil de dos jaguarzos.
Brotaron de tus labios las canciones
más hermosas que oído bajo un cielo
donde reinan los graves aquilones
haya nunca escuchado, ya consuelo
de las penas y aspérrimas memorias
tendentes a esparcir un triste velo,
ya fuente de poéticas historias
en que nereidas, dríades y ondinas
susurran del amor las mil victorias.
Tocáronme tus manos cristalinas,
que fuese cual si súbito lo hicieran
terciopelos, tisús o gasas finas,
y, porque de placer igual ardieran
mis antaño ateridos labios, fueron
los tuyos, que a las rocas sedujeran,
bajo efusión que los claveles vieron
y que las mariposas invidiaron
a oprimirlos con besos que rugieron
y de felicidades mil clamaron,
que aun a pesar de su energía nunca
signos de agotamiento revelaron.
Quizás el duro viento hiere y trunca
de la encina señera cada hoja,
y hace la oscuridad en espelunca
grande acopio que al ánima acongoja
de penumbras y tétricas tinieblas,
mas extendida ya la tarde roja
que a mastranzos olía, no a vinieblas,
ni el uno pudo la atracción quebrarnos
ni la otra, a quien rasgas y a quien pueblas
de gloriosos destellos, arrojarnos
nigérrimos capuces suficientes
a de aquel embeleso despertarnos.
Mis dedos por tus formas sugerentes,
cierto que más vibrantes que seguros,
a proyectar derrotas descendentes
comenzaron, si bien con sus apuros,
y es que la sensación de ir cayendo
desde tantos cabellos tan obscuros
como es el cuerpo válido y telendo
del ébano que, sito en raras tierras,
copa enseña de género estupendo
y a más beldades por las cuales guerras
se han pretextado y lides consentido
sólo admiradas de las mudas sierras,
pasando unos pechos que abatido
todo aciago o mohíno sentimiento
dejan, si no al completo destruido,
y unas caderas que a la fe consiento
en pensar, sin ambages importunos,
como surgidas de inaudito cuento,
hasta llegar a lo que trazos runos
definieron con fértil perspicacia
no del modo en que ríspidos tribunos
lo harían, como piernas que la audacia
de Jove recamó de impares mieles,
mas cual columnas dos de joven gracia
a las que mayestáticos cinceles
colmaron en tarea portentosa
de acantos, rosas, gramas y laureles
es, lo sabré, la más vertiginosa
que sea dable hallar en nuestra esfera
terrible a veces, otras deleitosa.
Pues me invitó tu risa lisonjera,
ya con el corazón desenfrenado
y vuelto incontenible y viva fiera,
ya del deseo devoraz armado
de te contar sin voces y sin frases,
sin un lenguaje efímero y ahilado,
que las multíplices y varias clases
de pasiones que apuestos amadores
prendidos de galones y sutases,
de bandas y ribetes de colores
te hubieron de enseñar en el pasado
por lograr y arrogarse tus favores
y presumir haber en tu alma entrado
poco se asemejaban a las mías,
di la boca a tu muslo regalado,
recorriendo sus cabos y bahías
como velero que tras vil fortuna
y tempestades rábidas e impías
asohora se mece en ácuea cuna
a salvo de siniestras asechanzas
y de abyección o iniquidad alguna.
A pesar de sus muchas remembranzas,
no consiguió el remanso que acogiera
nuestras felicidades y bonanzas
de tan amable y especial manera
cuadro evocar de tal encendimiento,
e incluso, brillantísima y señera,
la reina del cerúleo firmamento
no pudo menos que arrojar suspiros
transmisores de un fuerte sentimiento
al atisbarnos como sendos tiros
de luz reconocible en la distancia
y más centelleantes que zafiros.
Así, yo respirando tu fragancia,
tú produciendo acordes musicales,
fue del tiempo malévola arrogancia
correr con prisas y prestezas tales
que hasta los pies del campeón argivo
a su lado mostráranse banales.
Alzada, referísteme a lo vivo
que habías de volver a tu argelina
y ardiente patria, donde exclamativo
es de la arena aurívora y refina
cada reflejo, tornasol y aroma,
donde aquel peregrino que camina
por solaz de su luengo viaje toma
linfa de oasis sápido manada,
que en rimeros translúcidos asoma,
y donde la pupila fatigada
descubre un manantial de sensaciones
en la contemplación almibarada
de eriales de ciclópeas dimensiones,
de marjales y lívidos pantanos
y de altos y montosos pabellones,
pero que nuestro par de róseas manos
a nueva y amorosa enlazadura
se entregaría luego que a los llanos
les fuese revelada la apostura
y el tascar armonioso y aplaciente
allá en la interminable curvatura
del bovino que, intrépido y valiente,
raptó a la más fantástica doncella
por de su Creta libre y floreciente
hacerla emperatriz vistosa y bella
a quien ofrendas dedicar y exvotos
en de cada edificio cada cella.
Desde entonces, amor, paseo sotos,
jardines y parajes solitarios,
de la algazara y del estruendo innotos,
presa de indescriptibles y arbitrarios,
cuando no luctuosos y sombríos,
pensamientos que esfuerzan mis calvarios.
Observo la corriente de los ríos
moverse con acucia inquebrantable,
mas mis intentos siempre son baldíos
por advertir tu rostro inenarrable
y tus sienes de tacto algodonoso,
que un matiz le deparan deleitable,
en su líquido añil y rumoroso,
gracias al cual consuelo a las ausencias
y placebo celeste y vigoroso
ante de los recuerdos las dolencias
un número de amantes sin medida
hallase junto a otras providencias.
Nada, en fin, suminístrame la vida
que valga o sea por sus dones apto
a rescatar mi mente enfebrecida
de tu eficaz secuestro, de tu rapto,
ni me hago a recrearte en las penumbras
ni a la ruin soledad de ti me adapto,
y sólo figurando que vislumbras
reductos de encarnada fantasía,
que como hedónico cometa alumbras
más que Timbreo cada limpio día,
burlan mis emociones y sentidos
su inflexible y tirana jemesía.
En todo cuento, queden suspendidos
al punto tales mórbidos trabajos,
y sean con honores recibidos,
con los más entusiastas agasajos,
los fulgentes rehiletes que mi alcoba
detergen de cenizas y borrajos,
mensajeros de tez sincera y proba
prestos a recordarme que muy pronto,
en alborada de color caoba,
las mareas sabrán del ancho ponto
ser mi veneración por tu figura
no reducible a síntesis ni a monto.
Pues terminada la verbal costura,
retraigo el cálamo, aseguro el pliego
y lo cometo con asaz ventura
no a las entrañas vómicas del fuego,
pero al poniente calmo y comprensivo
que ha de calarse en tu regazo luego.
De nadie esclavo mas de ti cautivo,
besándote se parte y se despide
tu escritor y liróforo amativo,
quien gemelas y sándalos preside.
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